sábado, 22 de diciembre de 2007

¿Qué es la Arqueología Social Latinoamericana?

“Arqueología Social Latinoamericana” (de ahora en adelante ASL) es una designación que se utiliza para definir a una corriente específica del pensamiento y la práctica arqueológica de este continente. Esta se desarrolló con mayor fuerza durante los años 70´s y la primera parte de la década siguiente, y aún sigue existiendo en algunos países de América Latina, sobretodo en México.

Desde su aparición hasta hoy, esta corriente se ha caracterizado, con mayor o menor éxito (como veremos en otra sección), por intentar aplicar en su investigaciones una teoría y una metodología basadas en el Materialismo histórico [Ver “Definición de términos”]. Efectivamente, ha sido sobre la base de la adopción de aquel modelo teórico, que aquella corriente se propuso desplegar el conjunto de su trabajo e interpretación científica (aunque no siempre consiguiéndolo, y ya veremos porqué). La idea era generar en Arqueología una propuesta teórica y metodológica acorde con los planteamientos del análisis filosófico e histórico marxista (Lorenzo [Coord], 1979).

Por otro lado, una de las preocupaciones fundamentales de dicha corriente fue la de buscar una conexión entre el ámbito propiamente arqueológico; es decir, el de la investigación científica del pasado y la producción de conocimiento, y el de la acción política (Tantaleán, 2004). En este sentido, la ASL se habría definido como una “Arqueología comprometida”, identificando su accionar con las importantes luchas sociales y con los procesos revolucionarios que recorrieron Latinoamérica durante las décadas 60 y 70. Según esta corriente, la Arqueología debía buscar contribuir, desde su propio campo (el de la producción de conocimiento científico acerca del pasado), con los procesos de lucha que eran protagonizados por las clases explotadas y por el conjunto de sectores oprimidos del continente durante ese periodo. En definitiva, la producción de conocimiento en Arqueología no era, para la ASL, un acto “neutral”, sino que un campo de batalla más de la lucha de clases (Oyuela-Caycedo, et al., 1997). De ahí que la crítica de la ASL hacia otras corrientes arqueológicas; por ejemplo, la que realiza en contra del Positivismo y de algunos postulados de la “Nueva Arqueología” [Ver “Definición de términos” y “Referencias”], hizo hincapié no solo en elementos teóricos y metodológicos, sino que también en la denuncia del carácter funcional (pro-capitalista) de aquella corriente, dependiente de los espacios de poder institucionales de Estados Unidos y de algunos países de Europa (Oyuela-Caycedo, et al., 1997).

Como hemos dicho, la ASL se originó hacia mediados de los años 70’s, realizando también una importante labor durante la década siguiente. En relación a esto, es importante mencionar que tanto su nacimiento, así como la evolución particular de esta corriente durante estos años, fue condicionada, por una parte, por el auge de la ideología política marxista durante las décadas 60 y 70, la cual se fortaleció al calor de la extensión de una serie de procesos revolucionarios y del impacto de la Revolución cubana. Por otra, por la llegada al gobierno de sectores políticos simpatizantes de las ideas marxistas (Oyuela-Caycedo, et al, 1997). Efectivamente, tanto el desarrollo de la lucha de clases en el continente, así como la irrupción de una serie de gobiernos de izquierda; por ejemplo, el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado en Perú, simpatizante con las ideas de izquierda y con un proyecto de “Socialismo estatal”, así como el del gobierno populista social-democrático de Carlos Andrés Pérez (Venezuela) y los del socialista Salvador Allende (Chile) y el del régimen político surgido de la Revolución cubana, influyeron decisivamente en el nacimiento y la consolidación de la ASL (Oyuela-Caycedo, et al, 1997). Dicho contexto permitió la formación y preparación de una serie de arqueólogos marxistas, los cuales en el marco de una situación política e intelectual más favorable para su actividad, lograron sentar las bases para el surgimiento de esta corriente arqueológica. En este sentido, el gobierno de aquellos países ejerció durante este periodo un importante impulso a la práctica de dichos arqueólogos, permitiéndoles ocupar espacios académicos de gran relevancia en universidades y en centros de investigación, facilitándoles así también el acceso a financiamiento y a una gran cantidad de recursos humanos e institucionales (Oyuela-Caycedo, et al, 1997). Precisamente, refiriéndonos al desarrollo de la ASL en Perú, podemos decir que:

“Como muchos otros discursos, dicha arqueología se desarrolló en una situación histórica que la condicionó. En el caso de la Arqueología Social Peruana (ASP), en sus inicios esta dependió material e ideológicamente del apoyo de un Gobierno Militar con características socialistas (Politis, 1995). De hecho, las principales posiciones académicas y de investigación fueron asumidas por arqueólogos simpatizantes de esos gobiernos, entre ellos Lumbreras (Oyuela-Caycedo et al. 1994: 367)” (Tantaleán, 2004: 2).

Fue justamente de la mano de algunos intelectuales que se beneficiaron de estas condiciones; como hemos dicho, la situación política internacional y nacional de los 70 y la aparición de una serie de gobiernos de izquierda en la región, las cuales eran favorables para su propia labor arqueológica, que la ASL tomó cuerpo. Aquello, sobretodo a partir de la labor que comenzaron a desarrollar los arqueólogos Luis Lumbreras (peruano), Mario Sanoja (venezolano) y Luis Bate (chileno), la cual alcanzó por estos años un importante grado de desarrollo. Fueron justamente la realización del Congreso internacional de americanistas, que se llevo a cabo en Lima durante el año 1970, así como la publicación de Arqueología como Ciencia Social (de Lumbreras) y Antiguas Formaciones y Modos de producción Venezolanos (de Mario Sanoja e Iraida Vergas), al igual que la llamada reunión de Teotihuacan, en 1975, los principales hitos fundacionales de esta corriente arqueológica (Tantaleán, 2004).

Ahora bien, en relación a los antecedentes de la ASL, estos se pueden encontrar, por un lado, en el influjo que tuvo sobre aquella la obra y el pensamiento del arqueólogo marxista europeo V.G.Childe [Ver “Referencias”] (Oyuela-Caycedo, et al, 1997). Así también, en el influjo que tuvo sobre la formación intelectual de Lumbreras, Sanoja y el grupo fundador de la ASL, el movimiento social y político del indigenismo [Ver “Referencias”], el cual fue una corriente de pensamiento que se dedicó (principalmente en Perú y en México) a idealizar el pasado prehispánico y que fue traducida a la práctica arqueológica por Luis E.Valcárcel, a comienzos del siglo pasado, y por el arqueólogo peruano Julio C.Tello, durante las primeras décadas del siglo XX (Tantaleán, 2004). En este mismo sentido, la influencia de la obra Indigenismo andino, de J.C.Mariátegui, fue también relevante. Tal y como plantea Tantaleán:

“Así pues, entre los antecedentes de los planteamientos de la ASL estuvieron por un lado, una ideología nacionalista y anticolonialista, como el Indigenismo y, por el otro una ideología claramente relacionada al capital internacional norteamericano [refiriéndose a la tradición de la arqueología histórico cultural]. En ambos casos, dichas ideologías fueron producidas, conducidas y asumidas por grupos de la burguesía intelectual nacional (como consecuencia de su privilegiada situación económica), bastante previa al surgimiento de los –arqueólogos sociales-. Con ese sustrato ideológico que tuvo como fundamento las contradicciones económicas y sociales, no transcurrió mucho tiempo antes de que se adoptarán perspectivas materialistas e históricas en algunos de los gobiernos que así lo posibilitaron” (Tantaleán, 2004: 3-4).

Finalmente, otro de los antecedentes intelectuales de la ASL lo constituyó el trabajo de elaboración que una serie de arqueólogos (interesados en las ideas marxistas) habían desarrollado en una serie de países de América Latina, con anterioridad al surgimiento de la ASL. En este sentido, uno de los ejemplos más importantes lo constituye el trabajo del arqueólogo cubano E.Tabío, quién en su libro Prehistoria de Cuba (publicado en 1966), se muestra interesado en el marco de análisis de la arqueología soviética [Ver “Definición de términos”] y por la obra de V.G.Childe (Tantaleán, 2004).

En líneas generales, los planteamientos teóricos y metodológicos de la ASL durante los años 70’s y hasta la primera mitad de la década siguiente, estuvieron representados en torno al trabajo fundacional de Lumbreras, Sanoja y el de los arqueólogos I.Vargas (venezolano) y J.Montané (chileno). Estos constituyeron una de las tendencias más importantes que se desarrolló (la más temprana) en el seno de la ASL (Rolland, 2005). La otra sería la que representaría el arqueólogo chileno Luis Bate (exiliado en México), dentro del llamado “Grupo de Oaxtepec”, el que se origina en el año 1983 y en el que también participa Lumbreras, Sanoja y Vargas, además de otros como Manual Gándara y Marcio Veloz (Tantaleán, 2004).

Con relación a la primera tendencia a la cual nos hemos referido, son el libro La Arqueología como Ciencia Social (1974), de Lumbreras, así como la edición del llamado “Manifiesto de Teotihuacan”, en 1976, las principales publicaciones que presentan la propuesta de la ASL como corriente arqueológica durante este periodo. Con relación a dicha propuesta, Jorge Rolland afirma:

“[…] Entre los arqueólogos de América Latina, encontramos, desde los años cincuenta y, más aún, desde los sesenta, la reivindicación de una arqueología social, que rechaza el positivismo [Ver “Definición de términos”], vive una experiencia política común latinoamericana y se ve progresivamente influida por el Materialismo histórico” (Rolland, 2005: 12).

Igualmente, refiriéndose acerca de las propuestas teóricas y metodológicas reunidas en la obra La Arqueología como Ciencia Social, Tantaleán plantea:


“Lumbreras esbozó en este libro un programa y un discurso arqueológico que principalmente intentaba desenmascarar a la -ciencia arqueológica burguesa y explotadora- y, -exigía un cambio de rumbo en la disciplina arqueológica como arma liberadora de las clases sociales oprimidas- (Lumbreras 1981: 6). Sin embargo, como el mismo confiesa (Lumbreras 1973: 9), este libro esta constituido por una serie de –trabajos experimentales- por lo cual no representa un texto homogéneo sino más bien un –intento de encontrar un método de análisis del proceso andino que explique las cosas coherentemente y sirva para ligar el pasado al presente de manera científica y significativa”. (Tantaleán, 2004: 6).

Desarrollando en este libro una serie de temáticas: entre otros, el problema del método, el objeto de estudio y los objetivos de la arqueología, así como algunas cuestiones en torno al concepto de “cultura”, al estudio de las “fuerzas productivas” y a la propuesta de una “Arqueología Social” en América Latina, este autor logra sentar aquí algunos de los planteamientos básicos de la ASL, por lo menos hasta los primeros años de la década de los 80’s.

A la vez, dichos planteamientos constituyen un punto de partida para el trabajo y la elaboración teórica de Lumbreras, la cual tendrá un importante desarrollo (aunque no siempre a manera de una evolución continua) durante los próximos años (Tantaleán, 2004). La publicación del “Manifiesto de Teotihuacan” (1976) y la del primer número de la Gaceta Arqueológica Andina (GAA) en Perú, en 1982, reflejaría en alguna medida la evolución teórica y metodológica del propio Lumbreras durante este periodo, así como también el de un sector importante de la ASL. En aquellas publicaciones:

“Lumbreras (1984), entiende que los elementos de la totalidad social [ósea, el sistema económico, social y político-cultural en su conjunto] están vinculados dialécticamente [Ver en “Definición de términos” el concepto de “Materialismo dialéctico”], de modo que la base o –ser social- y la superestructura se corresponden e interactúan [refiriéndose con el término de “base social” a la estructura económico-social de una sociedad dada, y asimilado el concepto de “superestructura” con el sistema político, ideológico y simbólico de la misma]. [Según Lumbreras] La tarea del arqueólogo no consiste únicamente en estudiar los objetos arqueológicos (-arqueografía-), sino en -reconstruir la cultura (…), para enriquecer nuestra imagen del proceso social y conocer sus leyes-; esto constituye a la arqueología como una ciencia social (Lumbreras 1984: 26-7). [Para Lumbreras] La representación del modo de producción como objeto de conocimiento [Ver en “Definición de términos” el concepto de “Materialismo histórico”], parte del estudio de la tecnología como representación o reflejo de la resolución de la contradicción entre los instrumentos y el objeto de trabajo (-dialéctica interna de las fuerzas productivas-), es decir, de la capacidad de una sociedad para adaptarse, controlar el medio y ahorrar energía (Lumbreras 1984: 53-64)” (Rolland, 2005: 12).

Según estas concepciones, el estudio de las formas de propiedad existentes en cada una de las sociedades, así como el estudio de la relación que se da entre estas y el desarrollo de las fuerzas productivas en el seno de las mismas, ocuparía un lugar central del análisis y la investigación arqueológica (Rolland, 2005). Es así que la investigación de la relación existente entre la sociedad humana y los medios de producción de esta, al igual que el estudio de las posibles relaciones de desigualdad social inferibles a partir de dichas relaciones, debería ser una preocupación central de la reflexión de la ASL. En esta corriente, los arqueólogos sociales deberían concentrarse en los contextos y en las distintas asociaciones presentes en el registro arqueológico, lo cual debería servir para una mejor caracterización de los distintos modos de producción en estudio, así como para una mayor comprensión de las distintas formas de desigualdad social existentes en el pasado (Rolland, 2005).

Como ya se ha mencionado, de manera paralela al desarrollo de estos planteamientos, la ASL se planteó desde un comienzo como una “disciplina científica al servicio del cambio social” (Lorenzo [Coord], 1979). Desarrollando el concepto de utilidad social, el grupo fundacional de la ASL nos plantea, en el llamado “Manifiesto de Teotihuacan” (en donde además se establece una primera sistematización del programa de investigación y de los marcos teóricos y metodológicos de la ASL), que:

“Dada la evidente realidad fundamental de este planteamiento, la disyuntiva ante los arqueólogos –y los demás científicos sociales- resulta muy clara y atañe a los criterios que deben normar el trabajo arqueológico, tanto en sus concepciones teóricas como metodológicas, para alcanzar fines muy concretos de utilidad social. A la Arqueología como -ciencia para el conocimiento del pasado- por el conocimiento mismo, sin tener en cuenta el –para qué- ni el –para quién-, se opone cada vez más la conciencia de que su –utilidad social- no debe ser sólo para placer de turistas, negocio de saqueadores, regodeo de coleccionistas privados, ni para llenar las bodegas de los museos nacionales y extranjeros. No basta afirmar –como algunos pretenden, a la luz del –cientificismo norteamericano- que la Arqueología es una técnica, o un conjunto de técnicas, para alcanzar un conocimiento del pasado y quedarse en meras descripciones prolijas y precisas; o bien, si el arqueólogo lo considerase oportuno y conveniente, aplicarles alguna de las teorías neos de interpretación, sin atender, ni poco ni mucho, al destino y la utilidad social que puedan depararse a las conclusiones” (Lorenzo [Coord], 1979: 82).

Refiriéndonos a otra de las tendencias más representativas que se han desarrollado al interior de la ASL, a partir de los primeros años de la década de los 80, podemos mencionar a la Arqueología social mexicana, encabezada por Felipe Bate (Rolland, 2005). La constitución de esta tendencia interna de la ASL, la cual ha tenido una importante difusión dentro de los sectores más proclives a las ideas de la ASL, tiene sus raíces, entre otras cosas, en la fundación del llamado “Grupo de Oaxtepec”, en 1983. Dicho agrupamiento, constituido por Lumbreras, Gándara, Sanoja, Veloz, Vargas y Bate, se originó a partir de un creciente descontento con los anteriores grupos de trabajo que habían liderado hasta ese entonces el desarrollo de la ASL (Tantaleán, 2004).

“Esta nueva época es denominada por Navarrete (1999: 89) como de –Refinamiento teórico-. Como describe Bate […] con respecto a este grupo de estudios marxistas: -Su marco teórico fue el materialismo histórico mientras sus métodos fueron derivados del materialismo dialéctico-. Asimismo, este grupo adoptó una posición crítica frente al Materialismo estructuralista francés (de Althusser y Godelier) tan popular en esos años, principalmente porque dicha –escuela- planteaba una división de la sociedad objeto de estudio (-totalidad social-) entre base económica y superestructura.” (Tantaleán, 2004: 5).

A partir de estos momentos, las elaboraciones de Bate y de su grupo de trabajo en México (los cuales han tenido una importante participación en el Boletín de Antropología Americana, el cual ha servido como medio difusor de sus planteamientos) han intentado desplegar una mayor amplitud (y profundidad) al nivel de la discusión epistemológica al interior de la ASL [Ver “Referencias”], intentando una mayor problematización de la relación entre el marco teórico del Materialismo histórico y su aplicación al estudio y a la interpretación del registro arqueológico. El objetivo de lo anterior ha sido la crítica, y el abandono, de un criterio mecánico-economicista estrecho en la reflexión arqueológica [ósea, un criterio que tiende a interpretar los distintos aspectos de la realidad social casi exclusivamente, aunque no únicamente, a partir de sus características económicas, sin tomar en cuenta la influencia que pudieran tener los factores políticos, culturales o ideacionales en la constitución de las sociedades humanas del pasado]. Así lo constata Rolland, cuando afirma que:

“L.F.Bate (1998) representa otra de las tendencias del grupo [refiriéndose a la ASL]. Su elaboración está marcada por una crítica radical al positivismo, que le conduce a defender que los presupuestos metodológicos [es decir, los distintos métodos que ocupa la Arqueología para el conocimiento del pasado] dependen de los ontológicos [ósea, los criterios mediante los cuales se define la naturaleza del objeto de estudio de la Arqueología, las distintas sociedades o culturas del pasado…Ver “Definición de términos”]. Como éstos son los que establecen el nexo entre la realidad pretérita aparente (constatada en los datos) y nuestro presente, se hace necesaria la reflexión sobre la –cadena genética de la información arqueológica- [Ver en “Referencias” los artículos de Bate], en cuanto a la teoría sustantiva (teoría de la historia) y a las teorías mediadores, que se ocupan de los procesos de formación, transformación y presentación de los contextos arqueológicos y de la producción y presentación de la información arqueológica (Bate, 1998: 135-9 y fig. 3.1)” (Rolland, 2005: 12).

En términos generales, Bate intenta una aplicación no-estructuralista y dialéctica del materialismo histórico en la reflexión arqueológica. Para este, dicho marco teórico permitiría a la Arqueología dar cuenta del carácter complejo de la realidad social en el pasado (Rolland, 2005). Esto último, sobre todo a partir de la aplicación del concepto de “sociedad concreta” (identificándolo al de “totalidad social”), así como también a partir de la descomposición de dicho concepto en las categorías de “formación económico-social”, “modo de vida” y “cultura” (Rolland, 2005).

“En la primera aparece [refiriéndose a la definición de –sociedad concreta-], por un lado, una existencia objetiva, que es la del –ser social- [ósea, la sociedad en su conjunto] y que describe las relaciones materiales establecidas entre los seres humanos para la reproducción social, y, por otro, una –conciencia- social e institucional, que es la de las –superestructuras- [o bien, dicho de otros modo, el aspecto político e ideacional, simbólico, de cada una de las sociedades humanas]. La formación social se ve determinada por la primera en la medida en que en el seno del modo de producción se desarrollan las contradicciones fundamentales, en torno a la lucha entre fuerzas productivas y relaciones de producción (Bate, 1998: 58, 103). No obstante, Bate (Bate, 1998: 63, 65) reconoce que en la práctica del ser social intervienen complejamente las superestructuras [como dijimos, los factores políticos e ideológicos, subjetivos, de la sociedad], como la conciencia, la afectividad y, sobre todo, la institucionalidad, que es la que dicta normativamente la reproducción social, de modo que puede ser en su propio terreno (sobretodo en el del Estado) en el que se opere la lucha por la transformación social en las sociedades clasistas no capitalistas, en función, eso sí, de la posición que ocupen los agentes en las relaciones sociales de producción.” (Rolland, 2005: 12-13).

Sobre lo mismo, según Bate, el estudio del desarrollo de las fuerzas productivas en Arqueología debe conectarse a la investigación de las características particulares de cada sociedad en concreto, y no con arreglo a unas supuestas fases o etapas generales de la evolución histórica. En otras palabras:

“[…] Bate defiende que los desarrollos de las fuerzas productivas, por ejemplo a propósito de la “revolución tribal” [Ver en “Referencias” los artículos de Bate], expresados en una magnitud, deben ser estudiados y explicados con arreglo a su correspondencia con las cualidades fundamentales de la sociedad implicada (propuestas desde la teoría), lo que supone rechazar un evolucionismo unilineal [Ver en “Referencias”] que haga del crecimiento de las fuerzas productivas un desarrollo inmanente. Ello nos exige en cada investigación histórica, dar cuenta del nivel fenoménico o de máxima singularidad (la cultura) y de su conexión con el de máxima generalidad (la formación económico-social) a través de la categoría de –modo de vida-.

Por último, podemos afirmar que aún cuando hallan existido diferentes tendencias al interior de la ASL; como hemos dejado dicho, la más temprana, constituida por el grupo de Lumbreras, Sanoja, Vargas y Montané (y que alcanza su mayor desarrollo durante los años 70, hasta los primeros de la década siguiente), y la que representa el arqueólogo Felipe Bate, sobre todo a partir de mediados de los años 80’s hasta hoy, además de las más recientes (las cuales se plantean una revisión crítica de varias aspectos del desarrollo de la ASL como corriente), es posible encontrar una serie de características generales que la identifican de conjunto. Estas características, como las define el arqueólogo T.C.Patterson, según el artículo de Augusto Oyuela-Caycedo, et al., podrían resumirse en: 1-Una perspectiva teórica y metodológica anclada en el Materialismo histórico y en el Materialismo dialéctico, 2-La identificación de la Arqueología como una Ciencia social, 3-la utilización de ciertas categorías de análisis marxista para la interpretación del pasado, entre otras las de “formación socio-económica” y “modo de producción”, 4-una perspectiva crítica ante la Arqueología tradicional, identificando los intereses de clase que existen atrás de una y otra corriente, y planteándose la necesidad de una “Arqueología comprometida con las luchas de los trabajadores y el pueblo” y 5-la necesidad de una perspectiva multi-disciplinaria en el estudio del pasado.



Referencias Bibliográficas.

Bate, L. 1998. El proceso de Investigación en arqueología, Editorial Critica (Grijalbo Mondadori S.A.), Barcelona.

Bate, L. 2007b. “Un Fantasma recorre la Arqueología (no solo en Europa)”. En: Boletín Electrónico Arqueología y Marxismo. Ediciones Las Armas de la Crítica, pp: 4-28.

Bate, L. 2007c. “Teorías y métodos en Arqueología ¿Criticar o proponer?”. En: Boletín Electrónico Arqueología y Marxismo. Ediciones Las Armas de la Crítica, pp: 105-115.

Bate, L. 2007d. “Notas sobre el materialismo histórico en el proceso de investigación arqueológica”. En: Boletín Electrónico Arqueología y Marxismo. Ediciones Las Armas de la Crítica, pp: 116-143.

Benavides, H. 2001. “Returning to the source: Social Archaeology as Latin american philosophy”. En: Latin American Antiquity, Vol.12, N.4.

Johnson, M. 2000. Teoría Arqueológica. Editorial Ariel, S.A, Barcelona, cap.1.

Lorenzo, J.L. (Coord.). 1979. “Hacia una Arqueología social. (Reunión en Teotihuacan, Octubre de 1975)”. En: Revista Nueva Antropología, Vol.III (12): 65-92.

Oyuela-Caycedo, Augusto; Anaya, Armando; Elera, Carlos; Valdez, Lidio. 1997. “Social Archaeology in Latin america? Comments to T.C.Patterson”. En: American Antiquity, Vol.62, N.2.

Rolland, J. 2005. “Yo [tampoco] soy marxista. Reflexiones teóricas en torno a la relación entre marxismo y arqueología”. En: Complutum, Vol.16: 7-32.

Tantaleán, H. 2004. “La Arqueología social peruana: ¿Mito o realidad?”. Artículo aparecido como: L’Arqueología Social Peruana: ¿Mite o Realitat?. Cota Zero (19): 90-100. Vic. España.

3 comentarios:

Arturo F. Medina dijo...

Muy buena informacion, y por demas útil. Soy estudiante de HIstoria dela Universidad Nacional de Misiones, y el articulo me auydo a aclararme algunas ideas. Hacen falta de estos blog`s por la internet.

Desde ya muchas gracias.

Arturo Fabian Medina
oso.m@hotmail.com

Omar dijo...

EXCELENTE PUBLICACIÓN, ME AYUDA A ACLARAR ALGUNAS DUDAS, SERIA BUENO PUBLICAR LAS OTRAS CORRIENTES EN TEORIA ARQUEOLOGICA.

Rocio dijo...

Es importante conocer las diversas asociaciones que se dedican a distintas cuestiones y por eso esta bueno investigar sobre todo si tenemos que hacer trabajos para el colegio, jaja. Yo tenia que responder que es la arqueologia y por eso comencé a investigar y a enterarme sobre distintos organizaciones y grupos semejantes relacionados con la arqueología